Cultura política democrática y fe religiosa

Es un error considerar a la religión cristiana, tal y como suele hacerse en el contexto europeo a diferencia del norteamericano, como un adversario natural de la política democrática. Así lo plasmó hace casi dos siglos Alexis de Tocqueville en su obra magna, La democracia en América (1835, 1840), la cual posee una actualidad sorprende para combatir las nuevas y más sutiles formas de despotismo que amenazan a la democracia contemporánea.

El cultivo tolerante de la religión, desde el espacio de la sociedad civil, ejerce un influjo beneficioso sobre el espíritu de la libertad democrática. Esto ha sucedido en América –observa Tocqueville– donde se han combinado el espíritu de religión y el espíritu de libertad. La fuerza de la religión está, aunque parezca paradójico, en su renuncia a formar parte del entramado del poder político, ya que así puede ejercer de forma indirecta una influencia políticamente saludable sobre la libertad democrática. Nuestro autor no relega la religión a la esfera privada, sino que le reconoce un importante lugar en el espacio público; tampoco incurre en el defecto de identificar, de manera reduccionista, lo público con lo político-estatal. Se trata, más bien, de integrar la religión en el espacio público como parte de una sociedad civil cuyo pluralismo resulta vital para el sostén de una democracia que cuenta con la libertad de pensamiento y de conciencia entre sus componentes principales.

La reflexión de Tocqueville no es la del teólogo en busca de la verdad religiosa, sino más bien la del filósofo interesado en el papel de la praxis religiosa en la política democrática. No sólo la conciencia de la propia finitud y el anhelo de un más allá de la realidad temporal, sino también la importancia de las creencias religiosas como factor de cohesión social y de convivencia, muestran la importancia de la fe religiosa en una sociedad democrática. La religión no tiene necesidad de apoyarse en el poder político para hacer sentir su influencia. La difusión de la Ilustración en las sociedades democráticas ha engendrado en el espíritu de los hombres una saludable disposición crítica frente a la imposición política de un credo religioso determinado. Pero también se ha incurrido en el error de absorber y dominar la religión a través de la sacralización del poder político-estatal. Tocqueville, en cambio, concibe la religión como una fuerza espiritual de vocación universal, independiente del poder político, inserta en la sociedad civil junto a otras asociaciones implicadas en el desarrollo de la convivencia democrática. Esto supone el reconocimiento del pluralismo religioso y de otras formas de espiritualidad no-religiosas siempre y cuando respeten el núcleo mínimo de valores en los que se sustenta la propia democracia.

Por último, la religión podría combatir, según Tocqueville, las inclinaciones que nos empujan al individualismo y al desmedido bienestar material y a la servidumbre, inspirando “hábitos del corazón” contrarios, a saber: ofreciendo un marco de convicciones morales compartidas que alimenten un sentido de comunidad social que el individualismo tiende a disolver; proyectando a las almas más allá de los bienes e intereses materiales y educándolas en la búsqueda del sentido y el amor a los valores espirituales; levantando, en fin, barreras morales contra los efectos despóticos de la quimérica identificación de la libertad con la autosuficiencia de los individuos, contra el derecho ilimitado de la sociedad sobre los individuos o contra la visión que concede a la opinión mayoritaria la prerrogativa dogmática de la omnipotencia.

Acerca de Francisco Arenas-Dolz

Profesor Contratado Doctor en la Universitat de València, donde enseña ética y filosofía política. Interesado por la educación cívica, la participación ciudadana y la reforma democrática en España y en otros lugares, ha centrado sus investigaciones en la teoría de la comunicación, la retórica y la hermenéutica y, últimamente, en la intersección de la tecnología, las redes sociales, las políticas públicas y la sociedad.
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